lunes, 25 de mayo de 2009

Rinconete sobre Abel Prieto

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Jueves, 14 de mayo de 2009
LITERATURA


Abel Prieto, entre la ficción y el ensayo

Por Luis Rafael

En su descripción de la poética de José Lezama Lima, autor a que ha consagrado varios estudios, Abel Prieto Jiménez (Pinar del Río, 1950), enfatiza en el discurso de «lo cubano» y en la conservación de la identidad. Su interpretación de la cultura nacional coincide con la expuesta por Lezama y sobre todo por Cintio Vitier, quien deslinda entre el discurso «propio» (auténtico) y el «ajeno» (extranjerizante), basado sobre el independentismo integrador, que definió en su vida y su obra el Apóstol José Martí. Y es que la obra de Prieto, más allá de las pretensiones formales, evidencia un pensamiento emancipador, que expresa claramente su deseo de exponer tesis ideo-estéticas, continuadoras del pensamiento descolonizador cubano, de salvaguardia de la identidad nacional ante el influjo extranjerizante de culturas coloniales y neo-coloniales.

Igual que en sus ensayos y artículos, en su narrativa, sobresalen las preocupaciones y concepciones intelectuales del artista, al punto de exponer tesis ideológicas en relatos que forman parte de sus libros Los bitongos y los guapos (La Habana, 1980); No me falles, gallego (La Habana, 1983); y sobre todo en el volumen Noche de Sábado (La Habana, 1989; Premio de la Crítica), donde contrapone la frivolidad a la búsqueda de finalidad. El mismo dilema reaparece en su novela El vuelo del gato (La Habana, 1999), narración que se debate entre la ficción y el ensayo para indagar en la diversidad de sendas que confluyen en la conformación de «lo cubano». Haciendo gala de su humor, parodia situaciones y actuaciones, retrata costumbres y propone el sincretismo como fórmula de adaptar la identidad a los nuevos tiempos. Superado el paréntesis del «quinquenio gris», de la censura, los modelos culturales impuestos y el realismo socialista, más allá de los conflictos de sus protagonistas, El vuelo del gato resulta un reflejo de la sociedad cubana entre las décadas de 1960 y 1980, llena de contradicciones pero aún esperanzada en un futuro mejor.

Primero como profesor universitario, luego desde la dirección de la Editorial Letras Cubanas, más tarde en la presidencia de la Asociación de Escritores y finalmente en el cargo de Ministro de Cultura, Prieto abre paso a un diálogo enriquecedor para la cultura de la Isla, decisivo en la mejora de las relaciones entre el gobierno y la comunidad intelectual, radicada en la Isla o fuera de su territorio. Poco amigo de los dogmas y enemigo declarado del maniqueísmo extremo que enarbolaron otros dirigentes, desde sus años universitarios ha sido coherente con la idea de que la cultura cubana, hágase en una u otra orilla, es una sola, siempre que participe de una voluntad de integración u autoctonía que la anima desde los tiempos de José María Heredia. Este pensamiento, heredero de la ideología origenista, se impondría al cabo de estancos y décadas de «grisura», hasta erigirse en política cultural, en gran medida gracias a los esfuerzos de la generación de 1980, en la que Abel Prieto resulta figura clave.



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